30 de agosto de 2010

LA MUERTE ANOCHE QUISO MANCHARME DE NEGRO

                                                                                         Foto:  Javier Martín Benito

     Supongo que nadie se pone en la tarea de pensar cómo sería estando muerto... yo tampoco.  No penséis que estoy como un cencerro ni nada parecido, pero una vez hecha la foto de manera casual y sin malicia, sin vuelta atrás, pues como que tampoco es para tanto. La verdad es que doy el pego y cuando me llegue el momento pues me gustaría aparentar como en la foto, con rostro sereno, rodeado de naturaleza y hasta con un toque artístico en la mueca... bueno, pero con muchos más años, sin pelo y con las orejas largas y arrugadas que se le quedan a los viejos... Valga este toque de humor negro para recordaros que ninguno nos vamos a librar, que todos vamos acabar en una caja de madera de pino, bueno, algunos en una caja de madera noble, que  muchos viven como si la vida no tuviera final (peor para ellos, morirán y ni se habrán enterado que han vivido), mientras el tic-tac de la cuenta atrás sigue inexorable su curso...

LA MUERTE ANOCHE QUISO MANCHARME DE NEGRO

    La Muerte anoche quiso mancharme de negro. Me encontraba en el salón de mi casa, rodeado del mobiliario de tonos rústicos que tanto me había costado encontrar y que ahora me proporcionaba ese calor que necesitaba para vivir. Fue tarde, ya entrada la madrugada, mas tarde de las cuatro, quizá fuera a las cinco. El café de la tarde, la inquietud de mi alma ante la triste noticia de la mañana y la presencia de Ella, impregnando toda la estancia, impedían que pudiera conciliar el sueño. Finalmente me rendí ante la evidencia y levantándome de la cama accedí a lo que Ella llevaba horas exigiéndome. No tuve más remedio dedicarle unos párrafos ante el cariz que adquirían sus fechorías. No pude resistirme a su triste atracción.

    Allí estaba, como os había dicho, en el salón de mi casa, con una hoja en blanco sobre la mesa de madera y una pluma negra aprisionada por mi mano, esperando que me diera la señal de salida para empezar estas amargas líneas, y así empezaron:

.- La Muerte es una señora que viaja en solitario. En su corta juventud era juguetona y...

    Tan sólo llevaba medio párrafo y ya me había dado el primer aviso; la pluma, cansada de mi reciente viaje al Perú, reventó de improviso entre mi mano. Su tinta, más negra que nunca, se desparramó sobre mis dedos serenos, impregnando con su negra presencia hasta el último rincón de mi alma. No tenía otro remedio que acceder a sus peticiones, seguir su estela y mantener el tipo ante esta difícil partida. Tras cambiar de pluma y limpiar mi ennegrecida mano, me dispuse a seguir emborronando el blanco papel con sus indicaciones:

.- La Muerte es una señora que viaja en solitario. En su corta juventud era juguetona y caprichosa. Escogía a sus víctimas al azar, sin consideraciones sentimentales de ningún tipo, sin atender a edades, posiciones sociales o al número de desgracias que cada cual transportaba en su experiencia vital.


Un soplo de viento, un momentáneo despiste o un simple tropezón, le servía para llevarse consigo a aquel niño tras ese muro derribado con malicia, a ese joven , estrellado en su coche recién estrenado, o, por qué no, a ese anciano, con los días tan gastados como las suelas de sus envejecidos zapatos, a punto de rodar sobre los expectantes escalones, que nada podían hacer para evitar la tragedia.

Tras su juventud, Ella, se volvió más selectiva con sus víctimas. Entonces decidía a quién se llevaba, incluso mantenía enconadas discusiones con la Vida, alegando la legitimidad de sus actos ante tal o cual candidato, sopesando los pros y los contras de sus acciones, en definitiva, disfrutando con su ingrata tarea de decidir sobre la vida y la muerte.

Ahora, ya anciana, Ella administra su poder con seriedad y rigor. Ya no juega caprichosamente con el azar, tampoco se molesta en justificar la labor que tiene encomendada, simplemente soporta el peso de su triste nombre que sabe acabará pronto también con ella misma, mientras sus pequeñas hijas, desperdigadas por los lugares mas inverosímiles, retoman el ciclo vital de nuestra existencia, proyectando su nombre tan cerca como pueden de nuestros pensamientos e ilusiones, a unos dándoles el estimulo necesario para vivir aún con mayor intensidad, a otros retrayendo sus impulsos y emociones hasta conseguir que mueran antes de ser muertos.

    Ella ya tenía las palabras que me había pedido, y yo, ingenuamente, tan sólo le pedí que dejara de arrastrar hasta sus dominios a la gente que tanto quería, proponiendo una tregua que me permitiera digerir sus últimos desmanes. Tras unos breves segundos que me parecieron eternos me concedió lo que le había pedido, no sin antes advertirme, con su fría mirada, que Ella, y solamente Ella, era la que daba sentido a la Vida.

                                    8 de Agosto de 2.001

                                                  En recuerdo de Emilio, Alfonso y Pedro