24 de marzo de 2013

PÁNICO EN LA TEMPESTAD. ROZANDO LA TRAGEDIA


Todavía no nos hemos repuesto del susto. Subíamos en la noche invernal, camino de la cima de la Pinareja, en La Mujer Muerta. Yo ya dije que no era buena idea, pero Kaiku insistió hasta la saciedad. En una noche tan cerrada, con ventisca, sin llevar la brújula, sin conocer bien la zona... Pero no me hicieron caso. Pese a los amenazantes destellos que de vez en cuando veíamos en las laderas azotadas por la tempestad, ninguno hizo ademán de darse media vuelta y volver a la seguridad del coche. Mi frontal dejó de funcionar al rato de entrar en la espesura del pinar. Estábamos a tan sólo 10 minutos del coche, pero pensé que con la luz que me aportaba Richard no tendría problemas. Seguiría su estela. Pronto nos dimos cuenta de que algo no iba bien. La ventisca soplaba del lado equivocado... ¿o éramos nosotros los que estábamos en el lado equivocado? Paramos. La borrasca venía del Oeste y nosotros llevábamos dirección Norte, con lo cual el viento debería azotarnos por nuestra izquierda, no por la derecha, tal como estaba sucediendo.  No era posible que a los 20 minutos de salir del aparcamiento estuviéramos tan perdidos. Habrá cambiado la dirección del viento, nos reconfortamos los unos a los otros. 
-¡ Claro ! esas cosas suelen suceder dependiendo de la orografía del terreno. 
Seguimos adelante, intranquilos pero con paso firme. Al rato el frontal de Amadeo empezó a tintinear. La luz parecía que iba y venía al compás de las fuertes ráfagas de viento. Bueno, pronto amanecerá y no nos harán falta las linternas. Con esa ventisca y de noche era imposible llevar gafas de ventisca. Tan sólo podíamos mirar al suelo para ver el destino de la siguiente pisada. Levantar la vista nos dejaba la cara entumecida y los ojos doloridos. Ya les dije que en esas condiciones no era buena idea subir, pero no me hicieron caso. Aún así logramos ir ganando altura a la montaña. Ya llevábamos casi dos horas de camino, no faltaría mucho para ver el vértice geodésico de la cima. De llegar al amanecer a la cima y ver la salida del sol tras el paso de la borrasca ya nadie hablaba. ¿A quién diablos se le habría ocurrido semejante estupidez? si todos sabemos que las nubes siempre se quedan pegadas a las cimas tras el paso de las borrascas... Entonces Richard hizo un comentario que nos dejó a todos helados.
- ¡Chicos!- ¿Como es posible que no veamos claridad si ya son las ocho de la mañana? en esta época amanece a las siete y cuarto de la mañana. 
Comprobamos con perplejidad nuestros relojes, eran las ocho en punto de la mañana y sin rastro de claridad. Para aquel entonces el frontal de Amadeo ya no funcionaba y el de Kaiku era un hilillo de luz.  Algo no cuadraba, todo era demasiado extraño y cada vez hacía más frío.
-¡En cuanto amanezca nos damos media vuelta!- Ya os dije que hoy no era el día bueno.
Sí, ¿pero hacia donde?  El viento borraba nuestra huellas en la nieve al poco rato de dejarlas... la niebla era espesa, no llevábamos mapa, ni GPS, ni brújula, ni altímetro. Menuda panda de inconscientes.
Para empeorar las cosas el único frontal que todavía funcionaba empezó a hacer cosas extrañísimas: daba unos fogonazos tremendos que lo iluminaban todo alrededor y luego se apagaba de repente. 
Nos quedamos definitivamente sin luz. A oscuras, en medio de la ventisca, perdidos y sin manera de orientarnos. ¿cómo habríamos llegado a esta situación? Debimos darnos la vuelta al empezar a surgir los problemas. Ya lo dije yo y nadie quiso renunciar a la aventurilla... pues "toma aventurilla".
Ya solo nos quedaba la imperceptible luz de nuestros relojes, y no anunciaban nada bueno. Las nueve de la mañana y no amanece. 
- Es imposible, algo no va bien-. Susurró Kaiku.
- No siento los pies ni las manos, los tengo helados. Gimió Richard.
- ¡ Sacadme de aquí ! gritó Amadeo fuera de sí.
El viento paró. Se produjo un silencio ensordecedor. Tantas horas escuchando el aullar de la ventisca y ahora ese silencio hacía daño.
- Mirad, he visto una resplandor. 
No podía ser. Pero sí, era cierto. Un poco más arriba se percibía un destello en medio de la oscuridad total.  -¡Habrá allí arriba un repetidor, será la luz de señalización!
Tras veinte minutos de penosa ascensión nos dimos cuenta de que Amadeo se había quedado atrás. Lo llamamos a gritos, lo buscamos, pero fue imposible dar con él. Ahora más que nunca se hacía imprescindible dar con el repetidor. Richard lo estaba pasando realmente mal, se estaba congelando. Nos pidió que le dejáramos allí. No podía más y sabía que así iríamos más rápido. Nos movimos torpemente, a tientas, en busca del repetidor, seguro que allí habría una caseta para buscar refugio y dar aviso. 
Avanzamos de la mano, ayudándonos entre los dos. Nos tropezábamos constantemente. Y la luz del amanecer no llegaba. Solo aquel destello que cada vez estaba más cerca.
Estábamos justo al lado y de repente dejó de emitir destellos. No nos lo podíamos creer. La ventisca arreció, nos tiraba al suelo el viento, el silencio se convirtió en estruendo. Nos separamos inconscientemente en busca de la caseta del repetidor. Debía de estar a no más de treinta metros de distancia.
Entonces sucedió.
Una especie de relámpago fantasmagórico emergió del interior de un abeto seguido de un estruendo ensordecedor. Kaiku quedó paralizado. Inmóvil. Con los ojos abiertos. Como una estatua de mármol. 
A los pocos segundos notamos cómo la luz del cielo empezaba a rellenar la oscuridad. En un minuto era de día, el viento desapareció, la niebla se difuminó y los rayos del sol nos acariciaban desde los alto. Sí desde lo alto. Eran las once de la mañana. No entendía nada. ¿Estábamos ante una alucinación colectiva? ¿había sido un mal sueño?
Pronto nos dimos que cuenta de que no. Kaiku seguía allí, como una estatua, con los brazos hacia delante, con la cara de asombro y ligeramente corvado hacía delante. Como congelado. 
Bueno, al fin y al cabo fue él el que nos había metido en este lío. De salir alguien malparado era de justicia que fuera él el perjudicado. La naturaleza es sabia, o eso dicen.
El sol empezó a apretar con la fuerza propia del mes de marzo y Kaiku empezó a recuperar el movimiento, parecía que estaba descongelándose. Primero una pestaña que parpadeaba tímidamente, luego un imperceptible movimiento de la mano, después un ligero temblor de las mejillas, finalmente un intento de dar un paso. ¿Le habría congelado aquel fogonazo inhumano?  
Los demás estaban muy cerca ¿cómo podía ser? Estábamos a diez minutos del coche, en un pequeño promontorio, no dábamos crédito ¿qué habíamos estado haciendo durante todas esas horas? Algo no había salido bien. Bueno, nada había salido bien.  
De regreso a casa en el coche nadie abrió la boca. Richard recuperó la sensibilidad en sus extremidades. Amadeo parecía por fin serenado. Yo intentaba dar una explicación lógica a todo lo sucedido. Kaiku... Kaiku tenía una extraña mirada perdida y una sonrisa boba que ninguno entendíamos. ¿Qué sabría él que los demás no supiéramos? ¿Tendría algo que ver con ese episodio paranormal que habíamos experimentado? Desde ese día ya nunca fue el mismo. Ahora su única obsesión es ascender a las cimas en medio de la noche para ver el amanecer desde lo alto. ¿O acaso busca otra cosa?