Este es un relato que escribí en Perú en el año 2004. Subimos al Alpamayo (5.980 m) de madrugada para evitar coincidir en la ascensión con un grupo de guías con sus clientes. En estas ocasiones te planteas qué ropa debes llevar, y de tanto darle vueltas me equivoqué con la elección... Me puse dos térmicas como primera capa, un forro de windstopper y una chaqueta ligera de Goretex. El forro de windstoper vá muy bien cuando no llevas la chaqueta encima, pero si te la pones sucede que no transpira como debiera y no evacúas el sudor. Así que en la cima, en medio de la noche, a unos 20 grados bajo cero, me quedé literalmente pajarito. Me estaba dando una hipotermia porque el sudor se estaba literalmente congelando entre mi ropa. Me ayudaron a ponerme el plumas y tuve que rapelar a toda prisa junto con Alberto Aranda. Nos perdimos el amanecer desde la cima (gracias Albert). Recuerdo que me metí en el saco en el campo 1 y tardé horas en entrar en calor...
TODO ESTÁ FRÍO, MUY FRÍO, DEMASIADO FRÍO
Hace horas que hemos salido del campo 1, a 5.300 metros de altura, y el frío nos muerde con rabia. La noche es cristalina y serena. A cada golpe de piolet salen despedidas cientos de partículas blancas que se adhieren a nuestra ropa dejando sobre ella una capa helada cada vez más espesa. Los guantes se han quedado acartonados, parece imposible que dentro de ellos mis dedos aún puedan conservar el calor necesario para que no se paralicen. La humedad de mi vaho se congela en el mismo instante en el que traspasa la frontera de mi boca y aumenta aún mas la capa helada que me rodea.
Todo está frío, muy frío, demasiado frío.
Lucho por no dejar escapar el calor que me está robando este frío atroz. Muevo los dedos de los pies cuando siento que ya no los siento. Siento que el frío se desliza traicioneramente por mi espalda luchando centímetro a centímetro contra mi piel húmeda y cálida. Sé que es una cuestión de tiempo. La lucha contra este frío hiriente la tengo perdida si no me doy más prisa que él. No me paro. Continuo tiznando mi ropa de blanco a cada golpe de piolet. Avanzo golpe a golpe mientras la altura ganada me recibe con un frío aún más punzante e intenso.
Todo está frío, muy frío, demasiado frío.
Mis piolets se niegan a seguir avanzando. Tardo unos instantes en averiguar el porqué; ya no hay nada más que escalar, estamos arriba, en lo más alto, y somos recibidos por un viento glacial, en mitad de la madrugada, que nos sacude con saña. No hay tiempo de abrazos, ni de alegrías, ni de emociones. Tengo que bajar antes de que este maldito frío me robe el poco calor que me queda. Me abalanzo en la oscuridad de la noche hacia la seguridad de las tiendas, mi saco me espera ansioso para recibirme con calidez y ternura.
Tengo frío, mucho frío, demasiado frío.
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